Es más, en la misma propaganda el grupo parece burlarse de una de las banderas del actual gobierno y que enraizan muy profundo en la historia de los movimientos políticos en nuestro país: Dicen que como el diario es el más vendido y sus programas los más vistos o escuchados ellos son "nacionales y populares". Se lo puede tomar ingenuamente como una humorada o una mojada de oreja (provocación) casi adolescente, sin embargo, personalmente creo que va más allá, que equivale a afirmar que sostener la vigencia de "lo nacional y popular" es ridículo, que estas banderas son cosas del pasado, al fin y al cabo es lo que el diario La Nación, su principal socio y satélite impreso, viene sosteniendo desde siempre. Para mí debe ser entendido como una declaración de amor neoliberal, es eso, aunque en versión cínico-humorística.
Todos sabemos eso, también deben saberlo los partidos políticos de la oposición. Una oposición, que es evidente, se encuentra fragmentada en pequeños y un poco más grandes agrupamientos ninguno de los cuales, por si solo, es capaz de liderar al conjunto, aunque sea coyunturalmente. Es evidente que este amplio espectro no logra definir un programa, ni apenas una agenda propia común con la que cuestionar al gobierno. En realidad es peor. Muchos de estos agrupamientos no pueden ni siquiera en su interior y propia individualidad coincidir en una propuesta política estratégica consistente que supere el conjunto bastante inconexo de reclamos y críticas aisladas al accionar del gobierno que enuncian cotidianamente.
Digamos que aquello que se les critica a los "cacerolos" (o indignados con Cristina) de expresar un mero listado de reclamos inconexos sin conducción política lo sufren de forma evidente también los partidos políticos de la oposición.
En general más que un programa o propuesta que le diga a la sociedad hacia dónde proponen ir, lo que resulta de sus presentaciones es una imagen decididamente confusa y hasta contradictoria -insisto, incluso considerados en su individualidad, no ya como colectivo llamado "oposición"- de hacia dónde no proponen ir lo que, en general, se relaciona con oponerse a cualquier iniciativa del actual gobierno. Incluso aunque ello implique borrar con el codo lo que se firmó con la mano, como explícitamente sucedió con el diputado de derecha de la UCR, Aguad, en el Consejo de la Magistratura.
Digamos que en el terreno de la discusión política, dentro de las reglas de juego de la democracia y sus instituciones, parece actualmente haber un gran protagonista -casi exclusivo- que mantiene en todos los terrenos la iniciativa y que es el gobierno y frente a él hay una oposición dispersa que de no contar con el apoyo mediático del que efectivamente cuenta y que crea la ilusión de que allí hay una oposición, se vería compelida con urgencia a hacer un análisis y replanteo de su estrategia política.
Porque ¿cuál es el sentido último o principal de los agrupamientos políticos democráticos que no sea el de ganar las elecciones?. Si "la prensa" fuese realmente independiente de los intereses del grupo dominante los que se verían en serios problemas, pero posiblemente también frente a un desafío constructivo mayor, serían en primer lugar los partidos de la oposición y en segundo lugar el propio gobierno que se vería enfrentado a sus propios errores y limitaciones y no a vulgares operaciones continuas de prensa. Realmente que las cosas fuesen así sería muy bueno para la salud de la democracia.
El problema es serio y no solo para la oposición sino para todos, incluido el propio gobierno, aunque parezca paradójico. La democracia simplemente no funciona correctamente si no hay alternativas. La alternancia (o posible sucesión con cambio de signo político) en el poder, es decir en el gobierno del Estado, puede -y subrayo el puede- no ser un obstáculo para el crecimiento económico, la mejora en las condiciones de vida de la población y el ganarse el respeto de las naciones amigas y no amigas. Pero para que esto sea posible, además de que exista una oposición en condiciones de ganar una elección y de gobernar sobre la base de una propuesta constructiva, debe existir un acuerdo tácito mínimo acerca de que base común de logros conservar, un piso a partir del cual seguir construyendo el futuro. Nada de esto parece existir en la Argentina de hoy. Salvo el partido, o alianza, del gobierno, ninguno reúne actualmente las condiciones para terciar en ese terreno ya no del mero antagonismo sino en el del agonismo. En otras palabras ser adversarios, no enemigos. ¿El crecimiento debe ser con justicia social?, ¿La alianza con los países de la región es una pieza fundamental de la estrategia diplomática y comercial de nuestro país?, éstas representan solo algunas de éstas cuestiones básicas a las cuales todos los partidos, incluido el gobernante, deben dar respuesta, positiva o negativa. Esto es lo que daría a Argentina la tan mentada previsibilidad que, incorrectamente, se le reclama solo al gobierno.
Lo dicho se refleja no solo en el escaso o nulo diálogo político existente entre el gobierno y los agrupamientos opositores, sino que, incluso, se lo puede observar entre los agrupamientos de intelectuales, comunicadores sociales y hasta entre los artistas y entre algunos sectores e individualidades de las clases medias urbanas de las que se nutre la protesta callejera.
Es posible que este reciente fenómeno, el "caceroleo", tenga que ver, en buena medida, con el estímulo permanente que proviene de la acción combinada de la oposición política y la oposición mediática. Cierto es que este movimiento (inorgánico hasta cierto punto) parece tener su origen en las redes sociales y se presenta a sí mismo como "independiente", pero su lista de reclamos no difiere de la lista que tienen opositores y medios de comunicación concentrados. No tienen sus propios reclamos, por ahora adoptan acríticamente los de otros.
Con el famoso diálogo ocurre algo muy llamativo, casi todos los opositores culpan de la falta de diálogo al gobierno, sin embargo, el sitio privilegiado para practicar el diálogo son las comisiones y organismos parlamentarios. Todos recordamos que mientras la oposición alimentó la existencia del fracasado "grupo A", lejos de dialogar con el oficialismo y procediendo en contra del reglamento interno tomó por asalto todas las comisiones excluyendolo -en la medida en que le era posible- de ellas al oficialismo. No buscó el diálogo desde una posición ventajosa sino la confrontación. En la legislatura porteña las cosas ocurrieron de forma similar aunque agravadas por la explícita orden de Macri de no dialogar con los representantes del FPV. Incluso Macri tiene el dudoso honor de exhibir el récord nacional de vetos, incluso ha llegado a vetar leyes votadas por su propio bloque. Sin embargo, Macri continúa diciendo ante los micrófonos y las cámaras de la televisión que es el gobierno el que impide el diálogo y que hace falta más diálogo. ¿cómo puede haberlo si se decide excluir de él al partido del gobierno que obtuvo hace un año más del 54% de los votos?.
Seguramente el reclamo de diálogo no es sincero es solo una consigna utilizada para atacar al gobierno. En ese objetivo coinciden y se retroalimentan la oposición política y la mediática, al punto de que se puede decir que están coaligados, pero, ¿quién conduce la coalición, los partidos o los medios opositores?
Y aquí aparece el último pero central de los asuntos a los que me estoy refiriendo y que suceden en la vida política del país: la relación de subordinación y/o dependencia que los agrupamientos opositores manifiestan tener especialmente con el grupo Clarín. Cierto es que el gobierno aunque sea por la negativa, por el antagonismo, también le ha dado al grupo un rol central en la política al identificarlo como su principal enemigo, cosa que es correspondida por el grupo con verdadero entusiasmo. Toda postura crítica al gobierno, provenga de las autoridades eclesiásticas, de grupos sociales como los ecologistas, de sectores gremiales empresarios o de trabajadores opositores, de grupos indigenistas, entre otros, es rápidamente absorvida, digerida y apropiada por el grupo quitándole protagonismo al emisor original porque en ese proceso la critica o reclamo se transforma y se adapta al interés del propio grupo. Ha ocurrido más de una vez que estos sectores se ven obligados a desmentir la información tal y como es difundida por el grupo mediático y sus satélites que siempre le agregan algo de su propia cosecha.
Ahora si uno se pregunta acerca de quién se beneficia más de esta sinergia opositora establecida entre ciertos medios y los partidos opositores, ¿los medios o los partidos?, la respuesta más plausible suele ser que son los medios los que que han logrado mediante el miedo o el convencimiento poner a la mayor parte de la oposición de su lado, lo que indudablemente y sobre todo de cara a la visión que se pueda sostener en y desde el exterior, le confiere cierta legitimidad a su posición la que, en muchos aspectos es claramente insostenible.
Incluso su peso excesivo y poder representan, a la larga, una amenaza para los propios partidos opositores. Basta recordar de que forma cruel estos medios le cayeron encima a la oposición luego de la derrota electoral de octubre pasado.
Pero tampoco hay que olvidar que la Ley de Medios Audiovisuales que está en el centro del conflicto actual, el que ya excede largamente el marco original, fue votada por buena parte de la oposición en un parlamento que le era -por su composición- mucho más hostil al gobierno que el actual. Sin embargo, aquellos que la apoyaron en el pasado por las buenas razones hoy manifiestan dudas o directamente se oponen a ella por las malas razones, en tanto aquellos que votaron en contra o se abstuvieron, hoy intentan sabotear su cumplimiento violentando con esa actitud la propia Constitución y su razón de ser como partidos políticos de la democracia.
Entonces, si esto es tan evidente, ¿porqué los dirigentes de los partidos opositores -grandes y pequeños- soportan, de una u otra manera, las pretensiones del grupo concentrado?. Yo creo que la respuesta no está en un supuesto masoquismo o instinto suicida sino en el hecho de que estos partidos tal y como están hoy de puertas adentro y de cara a la sociedad, simplemente sin su presencia permanente en los medios concentrados sus posibilidades de tener un mínimo papel en las futuras elecciones se reduciría a cero. No son actualmente, ni separados ni en conjunto, una seria alternativa de poder, pero, si se las tienen que arreglar solos, hoy por hoy, simplemente muchos de ellos dejarían de existir. Baste recordar a Elisa Carrió. Solo ella sobrevivió a la catástrofe del ARI de octubre pasado y lo hizo pura y exclusivamente porque se metió en el pulmotor que le ofrecía el grupo Clarín. Y no solo pasa con los políticos sino también sucede con los aspirantes a pertenecer, como Hugo Moyano. Dada estas condiciones la pregunta es ¿qué posibilidades reales existen para un funcionamiento más o menos normal de las instituciones de la democracia?
Pericles |
Los dos grandes movimientos populares, el irigoyenismo y el peronismo, sufrieron la misma penuria de los golpes de Estado. Sin embargo, el Partido Radical, hijo de aquel movimiento fundacional, traicionó a su propio origen cuando se sumó al golpe de Estado de 1955, allí se perdió la posibilidad de la alternancia en el poder de los dos grandes partidos de masas de la Argentina. ¿Cómo puede basarse legítimamente la democracia, en cualquier significado posible de este concepto, bajo la proscripción de uno de los partidos mayoritarios?. Solo falseando la realidad y afirmando -como si fuese cierto- que el peronismo era (es) igual al nazismo y que, por ello, una vez "derrotado" merece su misma suerte.
Esa fue (y es) una inagotable fuente de odio en la vida política nacional. En la realidad y aunque se lo trató de ocultar, los golpistas procedieron siguiendo el mandato que provenía de fuera del país, contrario a los intereses nacionales y favorable a los de las potencias extranjeras dominantes en occidente luego de la segunda guerra mundial.
Hoy como entonces, la situación de nuestro país y de gran parte de América Latina sigue girando no solamente en torno a conservadorismo (o derechas) y socialismo (o izquierdas), como ocurre (u ocurrría) en Europa. En nuestra región sigue teniendo un peso determinante la forma en que estas alternativas ideológicas se plantan frente a los poderes mundiales y que cuota de autonomía de decisión consideran indispensable para construir una Nación viable. Esa es la razón por la cual Nacional y Popular como caracterización del contenido y la forma de la democracia que se propone no sea un mero eslogan que se le puede aplicar a cualquier cosa. Es en el abandono objetivo de su origen nacional y popular que el radicalismo (y el nacionalismo de derecha) practicó al conformar la gran unión antiperonista (mal llamada democrática) con los partidos conservadores y liberales donde es posible encontar, a mi modo de ver, el punto de quiebre, la bisagra, que explica la imposibilidad de construir una democracia nuestra capaz de perdurar. Frondizi indudablemente lo intentó, para lo cual debió primero escindirse del tronco radical, pero le faltó decisión para enfrentar al antiperonismo, brutal y visceral, y completar la tarea con generosidad y valentía. Decir que las presiones -internas y externas- que debió soportar fueron enormes lo justifica en lo personal, pero no cambia las cosas.
Hoy se sigue opinando por parte de cierta prensa latinoamericana y europea -contra todas las evidencias disponibles- que en Venezuela no hay una auténtica democracia. El hecho es que no solo hay diferencias históricas reconocibles entre las democracias vigentes en los países desarrollados, también las hay y por razones aún más fuertes, entre éstas y las democracias de los países ahora llamados emergentes y antes llamados dependientes. Además crece la opinión -sobre todo en los países europeos donde la crisis económica es más fuerte- que aún en la cuna de las democracias y del Estado de bienestar se vive en una democracia devaluada que no atiende los problemas concretos de la gente como debería y que, incluso, está desarmando las redes de contención social existentes.
La dependencia no ha desaparecido, incluso se puede afirmar que ha cobrado mayor fuerza y universalidad. Continúa bajo sus diversas formas, económica, comercial, financiera, política, ideológica, cultural, etcétera, solo se ha hecho más compleja de analizar y, a la vez, con la globalización se ha vuelto menos visible. América Latina, cada país de la región, tiene que descubrir, y tiene el derecho de ensayar, las formas de democracia que mejor se ajusten a sus realidades e historia, y esto no debe ser un impedimento para que formas diferentes puedan encontrar puntos en común e intereses compartidos. El mundo en términos políticos y económicos -ya desde hace un tiempo- evoluciona hacia la formación de agrupamientos de países por región. El mundo se está volviendo multipolar. Y eso obliga más que nunca al respeto por las particularidades. No hay un solo modelo preferente, no hay una forma de organización social y política que pueda servir de patrón de medida de democracia y libertades. Las experiencias pasadas por nuestros pueblos que son únicas e intransferibles pueden ayudar pero estamos obligados a inventar, lo conocido, por diversas razones, no está siendo útil para resolver todos los problemas del presente.
bastadeodio
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