No hacía muchos años del triunfo final de la revolución de los barbudos guerrilleros de la Sierra Maestra (1959), la guerra fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética estaba en su apogeo y la carrera espacial parecía estar siendo ganada por un pujante Estado Comunista. Gobernaban John Fitzgerald Kennedy los EEUU y Nikita Serguéyevich Khrushchev la Unión Soviética (URSS).
Los norteamericanos vivían en un permanente estado de pánico desde que los soviéticos habían mostrado su capacidad para alcanzar con sus cohetes y armas nucleares su propio territorio. Nunca en toda su historia de guerras habían estado tan en peligro. La venta de refugios antinucleares era aún un negocio floreciente. Pero los misiles enemigos debían partir desde la URSS y eso les daba a las defensas estadounidenses una ventaja relativa para detectarlos a tiempo e iniciar una respuesta.
A la situación creada se la llamaba "el equilibrio de la destrucción mutua garantizada". A los franceses les bastaba con una sola palabra para representar esta terrible realidad: la détente.
Un equilibrio de este tipo era muy inestable, bastaba en teoría que alguno de los dos tomara una ventaja estratégica para que el concepto en la práctica se fuera al tacho y eso es lo que sucedió cuando el gobierno revolucionario cubano aceptó el despliegue de misiles soviéticos dotados de armas nucleares en su isla acortando la distancia de ataque de decenas de miles de kilómetros a apenas unos centenares de kilómetros.
Emplazamientos de misiles - Cuba |
Lo que en ese momento y durante muchos años se ignoró fue lo cerca que estuvo el mundo, en particular el hemisferio norte, de quedar involucrado en la hecatombe nuclear directa. Y por supuesto todo el resto del mundo por los efectos indirectos posteriores de una conflagración a gran escala.
Hoy se sabe con precisión cuán cerca se estuvo, sobre todo a partir de la desclasificación en 1990 de documentos críticos secretos. Lo que sigue son algunas conclusiones personales motivadas por la lectura de un reciente artículo publicado por Noam Chomsky en el periódico inglés The Guardian, titulado: "Crisis cubana de los misiles: de cómo los Estados Unidos jugaron a la ruleta rusa con la guerra nuclear".
Los testimonios sobre los momentos más álgidos de la crisis se acumulan, tanto como sucede con las frases que se usaron para calificarlos: puesta en marcha del plan de contingencia para salvar al gobierno frente al día del juicio final; a un minuto de la medianoche (título elegido por Michael Dobbs, en su libro de investigación sobre esos días); el momento más peligroso para la humanidad (Arthur Schlesinger) o en palabras del ex secretario de defensa Robert McNamara: deseaba estar vivo para ver otro Sábado a la Medianoche (el famoso programa televisivo) y así.
Transporte de misiles |
Un tercio de los bombarderos estratégicos B-59 -cargados con armas nucleares armadas- fueron puestos en el aire listos para dejar caer sus bombas sobre los objetivos previamente asignados. Recuerdan estos sucesos que la magnífica película (1964) de Stanley Kubrick, Dr Strangelove, inspirada en esos hechos, no estaba tan apartada de la realidad como parecía serlo cuando se estrenó, incluso se puede decir que la realidad del conflicto superó a su imaginación.
Las grabaciones desclasificadas del ExComm (Comité ejecutivo del Consejo Nacional de Seguridad) permiten asegurar que Kennedy estaba inclinado, el día 26, a autorizar la puesta en marcha de los planes del pentágono para atacar desde el aire los misiles estacionados en Cuba e invadir posteriormente la isla. Sin embargo, el asunto no sería un paseo como esperaban porque las armas nucleares tácticas y convencionales rusas de defensa ya estaban activas y en un número mucho mayor al que consideraba factible la inteligencia yanqui.
Nikita Khrushchev y John F. Kennedy |
Esta última condición es curiosa porque esos misiles -de la clase Júpiter- eran obsoletos y no implicaban ningún sacrificio para los EEUU y eran una amenaza mucho menor para la URSS que los misiles polaris que portaban los submarinos nucleares. Lo que se supone es que esta exigencia respondía a la necesidad de Khrushchev de mostrarse fuerte ante sus propios halcones y obtener algo a cambio de la retirada de los misiles de Cuba.
A pesar de que la oferta rusa le parecería a cualquier persona, solitaria o miembro de la ONU, evidentemente justa e incluso beneficiosa para los intereses de los EEUU debía, sin embargo, ser rechazada.
Las razones -que revelan de una forma perfecta cómo los EEUU se posicionaban y aún se posicionan frente al mundo- fueron dadas por el ex decano de Harvard y consejero del NSC, McGeorge Bundy: el mundo debe llegar a la conclusión de que la real amenaza a la paz no está en Turquía, sino en Cuba y que los EEUU no deben resignar su superioridad sobre la Unión Soviética porque ellos representan a los buenos y, en consecuencia, no son una amenaza para la paz. Además Cuba debe asegurar que suspenderá todo intento de exportar su revolución (o subversión política) a América Latina.
Se imponía (e impone) la idea de que esperar que los EEUU se sometan a la legalidad internacional, esa que las potencias imponen a los más débiles, es simplemente ridícula ya que una de las principales funciones de esa legislación es garantizar la supremacía militar y legitimar el uso exclusivo de la fuerza por parte de esas mismas potencias. Realmente sobran los ejemplos que prueban que esa doctrina es la que continúa imponiéndose, desde las Guerras del Golfo, de Afganistán o de las Islas Malvinas, al apoyo incondicional a Israel, pasando por los campos de prisioneros de Guantánamo.
Como bien sabemos los habitantes de esta parte del mundo, esa doctrina la de la "subversión política" y de la "mano de hierro" impuesta por los EEUU, fue aceptada con verdadero entusiasmo por las élites ideológicamente dependientes de nuestros países y, en general, aplicada mediante sangrientas dictaduras cívico-militares. Fue un flagelo que nos asoló durante décadas y cuyo saldo ha sido el atraso económico, la desigualdad social y la represión más brutal a los movimientos populares de la que se tenga memoria.
Fueron, sin duda décadas perdidas, porque esta doctrina, luego de alcanzado el objetivo inicial de eliminar cualquier forma de resistencia, impuso un programa económico, legal e institucional al que se lo califica -provisionalmente- de neoliberal cuya finalidad era consolidar la dependencia económica y política con respecto a los EEUU y aplazar sine die cualquier forma de reacción futura.
Afortunadamente, el programa fracasó en lo que hace a su ambición de perpetuidad y en varios países de la región surgieron a comienzos de este nuevo siglo movimientos y líderes que, desde las ruinas, comenzaron la tarea de reconstrucción. Son tales las potencialidades de nuestra región que en solo una década ha sido posible crecer económicamente, con mayor justicia e inclusión social, profundizando la autonomía de decisión a partir de la recuperación de los Estados democráticos y alcanzando mayores cuotas de soberanía política.
Un rasgo importante, aunque aún pendiente en muchos países, es el hecho de revisar las acciones del pasado dictatorial desde la legalidad recuperada en el presente, y juzgar y condenar los crímenes de lesa humanidad cometidos desde la impunidad por los propios Estados terroristas instalados desde la llamada "doctrina de la seguridad nacional" hija, en parte, de la crisis de los misiles. Argentina es reconocida mundialmente como líder en este difícil proceso.
Notable, aunque perfecta y aparente paradoja: Estados Unidos logró convencer al mundo de que el agredido era él y que los agresores eran Cuba y la Unión Soviética. Salió de la crisis fortalecido. El mundo respiró y comenzó a rodar nuevamente pero en una dirección netamente favorable a los intereses norteamericanos y de sus socios europeos. Su autoasignado papel de defensor de la paz mundial y de barrera contra la subversión política pareció consolidarse.
Solo dos décadas después, a fines de los ´80 y comienzos de los ´90, la URSS colapsaba incapaz de competir económica y militarmente con el imperio capitalista y también por sus propias contradicciones internas. Para encontrar en la historia un colapso similar hay que remontarse a los imperios de la antigüedad, el Persa, el Egipcio o, más recientemente, el Romano.
En los hechos los EEUU se convirtieron -a pesar de que se ven a sí mismos como los garantes de ella- en el principal obstáculo para la paz mundial y paralelamente su capacidad para extender su brazo militar a cualquier lugar del mundo, casi sin oposición, se hizo una realidad cotidiana, amenazando multiplicar ad infinitum los conflictos bélicos.
En la actualidad este poder militar es desproporcionado a su real poder económico y esta es una situación que -según nos muestra también la historia- no puede perdurar indefinidamente.
bastadeodio
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