Aportes para la reflexión y el debate
¿Hay una Historia Verdadera opuesta a otras historias (con minúsculas) calificables, en consecuencia, de falsas?
Si así fuese, el poseedor del conocimiento de ésta se podría imponer sobre los defensores de las diversas historias alternativas simplemente porque lo avala el peso inevitable de la verdad, es decir, de la racionalidad. El problema, entonces, que nos plantea la pregunta anterior, es que nos obliga inevitablemente a reflexionar sobre la historia de la noción de verdad en la ciencia (y en la filosofía). De modo que es necesario comenzar estas líneas con un breve recorrido sobre el concepto de verdad.
Si consideramos los posibles relatos (que son también historias) que se pueden afirmar de los individuos (sean éstos personajes relevantes o comunes como cualquiera de nosotros), el supuesto anterior rápidamente se percibe como falso o, por lo menos, ilusorio. Frente a los individuos estamos, en general, dispuestos a renunciar a alcanzar un relato verdadero. Hay, quizás, una excepción y ésta ocurre cuando se trata de establecer la verdad de los hechos, la solidez o insuficiencia de las pruebas, que permiten condenar o absolver a un individuo o grupo acusado legalmente de un delito. Pero ésta es una cuestión pragmática, no
filosófica (un juicio, en algún momento, debe tener un final).
Si así fuese, el poseedor del conocimiento de ésta se podría imponer sobre los defensores de las diversas historias alternativas simplemente porque lo avala el peso inevitable de la verdad, es decir, de la racionalidad. El problema, entonces, que nos plantea la pregunta anterior, es que nos obliga inevitablemente a reflexionar sobre la historia de la noción de verdad en la ciencia (y en la filosofía). De modo que es necesario comenzar estas líneas con un breve recorrido sobre el concepto de verdad.
Si consideramos los posibles relatos (que son también historias) que se pueden afirmar de los individuos (sean éstos personajes relevantes o comunes como cualquiera de nosotros), el supuesto anterior rápidamente se percibe como falso o, por lo menos, ilusorio. Frente a los individuos estamos, en general, dispuestos a renunciar a alcanzar un relato verdadero. Hay, quizás, una excepción y ésta ocurre cuando se trata de establecer la verdad de los hechos, la solidez o insuficiencia de las pruebas, que permiten condenar o absolver a un individuo o grupo acusado legalmente de un delito. Pero ésta es una cuestión pragmática, no
filosófica (un juicio, en algún momento, debe tener un final).
¿Ocurre algo similar con La Historia (y las historias) de los pueblos?
Hay que decir que desde hace bastante tiempo existe un consenso entre los historiadores profesionales con respecto a que alcanzar un relato verdadero de los hechos del pasado, una Historia con mayúsculas, no es la finalidad del conocimiento histórico. Este consenso sostiene, por el contrario, que lo máximo a lo que se puede aspirar es a alcanzar un/unos cierto/s relato/s de los hechos del pasado. La elección y/o construcción de cada uno de estos relatos dependerá, entre otras cosas, de los supuestos previos del historiador, de su sistema de valores e incluso de su ideología. Ocurre que la idea, bastante popular, de que es posible alcanzar un conocimiento objetivo (verdadero) de la historia se apoya, aunque no se lo afirme explícitamente, en el supuesto de que ésta es una Ciencia (como la física o la biología). Pero, ¿Este supuesto de la existencia de una verdad objetiva en las ciencias de la naturaleza es algo posible o, por el contrario, es también ilusorio?
Respecto a ésta última pregunta, la respuesta que dan los especialistas no es ni simple ni unánime (ni entre los científicos, ni entre los filósofos). Lamentablemente, un tratamiento medianamente completo de las distintas corrientes de pensamiento en este tema, cae, desde luego, fuera de los límites de esta propuesta. Pero algo se puede decir. Predominan, en especial en el medio anglosajón, los que sostienen que el ideal de objetividad es alcanzable en todas las ciencias (sean de la naturaleza o del hombre) siempre y cuando se siga el método científico, siendo el ejemplo privilegiado de su aplicación la física moderna. A ésta postura se la conoce como positivismo. Pero ella supone una importante renuncia y ésta consiste en el abandono de la pretensión de brindar una explicación de los hechos del mundo en términos comprensibles de causa/efecto. El objetivo de la ciencia es, para ellos, únicamente, el de describir de la forma más detallada posible los hechos del mundo sin pretender señalar lo que los causa. La ciencia permite describir el mundo con precisión, lo que alcanza, desde un punto de vista pragmático para dominarlo, pero debe renunciar a dar una explicación completa y unívoca de él.
En suma, lo que el método científico permitiría es construir distintos escenarios o universos posibles cada uno de ellos etiquetado con una menor o mayor probabilidad de ocurrencia (algo parecido a lo que sucede con los resultados de las encuestas sociológicas) quedando la certeza, es decir, alcanzar la verdad, fuera de las posibilidades de la ciencia. Hay quienes son aún más escépticos con respecto a que la meta de la ciencia sea en alguna medida alcanzar la verdad y llegan a afirmar que lo único (pretendidamente) verdadero son los supuestos iniciales que alimentan las indagaciones de los científicos. En otras palabras, la verdad no es algo que se alcance al final, como resultado de la aplicación del método científico, sino que esta se encuentra al comienzo, en el punto de partida. Esta posición es conocida como relativismo. Lo que es verdadero (y lo que es considerado falso) depende de un sistema complejo de creencias e interpretaciones de los hechos del mundo.
Hay que decir que desde hace bastante tiempo existe un consenso entre los historiadores profesionales con respecto a que alcanzar un relato verdadero de los hechos del pasado, una Historia con mayúsculas, no es la finalidad del conocimiento histórico. Este consenso sostiene, por el contrario, que lo máximo a lo que se puede aspirar es a alcanzar un/unos cierto/s relato/s de los hechos del pasado. La elección y/o construcción de cada uno de estos relatos dependerá, entre otras cosas, de los supuestos previos del historiador, de su sistema de valores e incluso de su ideología. Ocurre que la idea, bastante popular, de que es posible alcanzar un conocimiento objetivo (verdadero) de la historia se apoya, aunque no se lo afirme explícitamente, en el supuesto de que ésta es una Ciencia (como la física o la biología). Pero, ¿Este supuesto de la existencia de una verdad objetiva en las ciencias de la naturaleza es algo posible o, por el contrario, es también ilusorio?
Respecto a ésta última pregunta, la respuesta que dan los especialistas no es ni simple ni unánime (ni entre los científicos, ni entre los filósofos). Lamentablemente, un tratamiento medianamente completo de las distintas corrientes de pensamiento en este tema, cae, desde luego, fuera de los límites de esta propuesta. Pero algo se puede decir. Predominan, en especial en el medio anglosajón, los que sostienen que el ideal de objetividad es alcanzable en todas las ciencias (sean de la naturaleza o del hombre) siempre y cuando se siga el método científico, siendo el ejemplo privilegiado de su aplicación la física moderna. A ésta postura se la conoce como positivismo. Pero ella supone una importante renuncia y ésta consiste en el abandono de la pretensión de brindar una explicación de los hechos del mundo en términos comprensibles de causa/efecto. El objetivo de la ciencia es, para ellos, únicamente, el de describir de la forma más detallada posible los hechos del mundo sin pretender señalar lo que los causa. La ciencia permite describir el mundo con precisión, lo que alcanza, desde un punto de vista pragmático para dominarlo, pero debe renunciar a dar una explicación completa y unívoca de él.
En suma, lo que el método científico permitiría es construir distintos escenarios o universos posibles cada uno de ellos etiquetado con una menor o mayor probabilidad de ocurrencia (algo parecido a lo que sucede con los resultados de las encuestas sociológicas) quedando la certeza, es decir, alcanzar la verdad, fuera de las posibilidades de la ciencia. Hay quienes son aún más escépticos con respecto a que la meta de la ciencia sea en alguna medida alcanzar la verdad y llegan a afirmar que lo único (pretendidamente) verdadero son los supuestos iniciales que alimentan las indagaciones de los científicos. En otras palabras, la verdad no es algo que se alcance al final, como resultado de la aplicación del método científico, sino que esta se encuentra al comienzo, en el punto de partida. Esta posición es conocida como relativismo. Lo que es verdadero (y lo que es considerado falso) depende de un sistema complejo de creencias e interpretaciones de los hechos del mundo.
"La Vuelta de Obligado" de Horacio Campodónico |
Los relatos históricos principales de la Batalla de la Vuelta de Obligado se inscriben en el marco que provee la dicotomía Civilización vs Barbarie. Donde el polo civilizador corresponde al modo europeo (predominantemente inglés y francés) de concebir y ordenar el mundo, modo al que se lo juzga avanzado o moderno, correspondiendo, en cambio, el polo bárbaro al modo atrasado asociado a la mezcla de formas vinculadas a los grupos sociales dependientes originales que convivían en el territorio nacional. En la concepción de una parte significativa de los sectores dominantes de la época el mayor obstáculo para el
avance de la civilización radicaba en esos grupos, de allí se sigue la necesidad de excluirlos e, incluso, si era preciso, de eliminarlos físicamente. Lo que determina las particularidades del modo de concebir y ordenar el mundo de cada uno de estos dos grupos extremos (y también dentro de cada uno ellos) es a cuales subgrupos incluye y a cuales excluye.
Naturalmente los excluidos dejarán de formar parte del relato histórico, se volverán tan invisibles, como el fantasma de Canterville. Indios, mestizos, negros y gauchos son, cada uno en su medida, los excluidos del relato histórico civilizador (más tarde lo serían los inmigrantes de los países atrasados de europa y, más adelante aún, los “cabecitas” de Evita y de Perón).
De modo que cuando ingleses y franceses, a pesar de sus diferencias, se pusieron de acuerdo en el modo de imponer sus intereses a los territorios rebeldes y subordinarlos al “libre comercio” encontraron naturalmente aliados en ciertos grupos dominantes locales. Por fortuna para el futuro de la Nación, las mayorías populares, los llamados bárbaros, los excluidos, adecuadamente liderados por una parte de los grupos dominantes cuyo modo de ver el mundo se vinculaba principalmente con la tierra y la producción locales y no con el comercio internacional con las potencias europeas, frustraron políticamente (aunque militarmente la batalla pueda considerarse una derrota parcial) el intento de sometimiento y el plan (muy bien organizado) fracasó. Ese triunfo inesperado contribuyó de una manera fundamental a la construcción de un relato histórico alternativo liberador e inclusivo.
Los valores de Soberanía vs Sometimiento, de Liberación vs Dependencia y de Justicia Social vs Exclusión, son, entonces, la expresión en el curso del tiempo de dos relatos históricos opuestos y en conflicto.
No es la noción abstracta de verdad, relativamente vacía (y, en consecuencia, fácilmente apropiable por los grupos de poder) el origen y justificación del relato histórico sino que éste es la expresión de cómo se van resolviendo en el curso del tiempo y de los conflictos, las luchas sociales.
El ocupar el centro del poder le posibilita a los grupos o sectores sociales dominantes el construir un relato del pasado histórico que, en el plano ideológico, se impondrá por sobre los otros posibles relatos, mediante la "astucia" de declararlo "verdadero". Recordemos, sin embargo, que muy lejos de constituir un mero "relato" éste expresa y justifica la concreción de una dura realidad social de opresión y exclusión para la gran mayoría del pueblo.
Para los que tenemos cierta edad es inevitable recordar, por ejemplo, la prohibición de la "libertadora" de nombrar públicamente al General Perón o, más cerca, el decálogo menemista de la reforma del estado (en realidad su transformación en un fantasma) relatado por Dromi.
Este relato, transmutado en "verdad histórica" adquiere el poder de nombrar y convertir en real o , por el contrario, ocultar y convertir en un fantasma todo lo que "toca". En cierta medida, se instala como el modo verdadero o civilizado de ver y ordenar el mundo en oposición al modo bárbaro que es el propio de los excluidos.
En el tiempo actual, el que nos toca vivir, estos temas están escapando del ámbito académico para convertirse en temas de debate en el ámbito de la política y de los medios de comunicación. Por fortuna, hoy como en los tiempos de la Batalla De Obligado, hay un Pueblo, hay un Proyecto y hay una Conducción que nos permiten, con confianza, dar la batalla por la palabra, junto con las batallas contra la exclusión social, la dependencia económica y por la defensa de la soberanía política (y, también, la soberanía de la política respecto de la economía).
No es la noción abstracta de verdad, relativamente vacía (y, en consecuencia, fácilmente apropiable por los grupos de poder) el origen y justificación del relato histórico sino que éste es la expresión de cómo se van resolviendo en el curso del tiempo y de los conflictos, las luchas sociales.
El ocupar el centro del poder le posibilita a los grupos o sectores sociales dominantes el construir un relato del pasado histórico que, en el plano ideológico, se impondrá por sobre los otros posibles relatos, mediante la "astucia" de declararlo "verdadero". Recordemos, sin embargo, que muy lejos de constituir un mero "relato" éste expresa y justifica la concreción de una dura realidad social de opresión y exclusión para la gran mayoría del pueblo.
Para los que tenemos cierta edad es inevitable recordar, por ejemplo, la prohibición de la "libertadora" de nombrar públicamente al General Perón o, más cerca, el decálogo menemista de la reforma del estado (en realidad su transformación en un fantasma) relatado por Dromi.
Este relato, transmutado en "verdad histórica" adquiere el poder de nombrar y convertir en real o , por el contrario, ocultar y convertir en un fantasma todo lo que "toca". En cierta medida, se instala como el modo verdadero o civilizado de ver y ordenar el mundo en oposición al modo bárbaro que es el propio de los excluidos.
En el tiempo actual, el que nos toca vivir, estos temas están escapando del ámbito académico para convertirse en temas de debate en el ámbito de la política y de los medios de comunicación. Por fortuna, hoy como en los tiempos de la Batalla De Obligado, hay un Pueblo, hay un Proyecto y hay una Conducción que nos permiten, con confianza, dar la batalla por la palabra, junto con las batallas contra la exclusión social, la dependencia económica y por la defensa de la soberanía política (y, también, la soberanía de la política respecto de la economía).
En el Blog de Aníbal Fernandez encontrarás una nota Por qué recordamos el Día de la Soberanía la que, a su vez, contiene otros vínculos sobre diversos aspectos históricos y políticos de la Batalla de Obligado y , además, el discurso de la Presidenta en San Pedro.
bastadeodio - 20 de noviembre de 2010 - Día de la Soberanía Nacional
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