Es jodido perder, en la vida y en la política. Pero a todos (y todas) nos pasa. Lo sabemos. La cosa está en saber levantarse y no de cualquier manera.
En el 2009, luego de perder frente a De Narváez por (solo) dos puntos de diferencia, Néstor -como muchos sabemos y recordamos- se presentó una fría pero soleada mañana en Parque Lezama en una asamblea (extra)ordinaria de Carta Abierta. Esa era su actitud, la de un militante más aunque con una cuota de responsabilidad superior y, por consiguiente, con una visión mucho más abarcadora de la disputa política.
Su recomendación fue muy clara, autocrítica sí pero nada de darse con un martillo en los dedos y andar llorando por los rincones. Demandó alegría. Loco y sabio. Cabeza fría y corazón caliente.
¿Por qué fue a ese lugar y con ese objetivo?. Néstor no era un habitué de esas reuniones. Apenas fue dos veces y la segunda fue casi una visita de cortesía. La explicación más natural y probablemente más cierta es que fue a dar ánimo a un sector de sus partidarios a los que le daba importancia estratégica pero sobre los cuales podía albergar ciertas dudas sobre su templanza ante el infortunio político. Natural, Néstor venía de una larga experiencia en la lucha política, cualidad que no era (es) muy abundante en el ámbito intelectual.
En estos días celebramos 30 años de democracia ininterrumpida, el período más largo de toda nuestra historia. Eso ya dice algo y no es precisamente tranquilizador. ¿Pero, fueron realmente años de democracia en el pleno sentido del concepto?. ¿Los ciudadanos eligieron un gobierno para llevar adelante un programa o plataforma y lo premiaron si lo cumplía y lo castigaron en caso contrario?, ¿los sucesivos gobiernos pudieron gobernar, es decir tratar de cumplir con la palabra empeñada?. Ciertamente no, no todo el tiempo y durante todo el período. Si, como sucedió con Alfonsín, suponías un obstáculo para que aquellos intereses que siempre decidieron, continuaran haciéndolo, te sacaban y si no, debías acatar. Magnetto se lo dijo clarito a Menem: ser presidente "es un puesto menor", esto es, vale mientras lo reconozcas y te comportes como un mandado, un subalterno. Y Menem entendió el mensaje.
Es que los sectores dominantes de nuestro país (que es de lo que me interesa hablar) la tienen muy clara, democracia si, pero mientras no se les discuta quién manda en serio y no se les impida determinar a qué intereses se defiende desde el gobierno. Y sí, digo gobierno, puestos electivos, porque para custodia permanente y freno último de las veleidades independientistas de éste tienen (tenían) a las FFAA y de seguridad y al poder permanente del aparato judicial. (Hacete amigo del juez, no le des de que quejarse...).
Y guay! si tenés esa increíble idea de gobernar para las mayorías, para el pueblo, para los que más lo necesitan y peor si al hacerlo pretendés darle la espalda a los poderosos de adentro y de afuera. En ese caso no les basta con ganarte una elección, te quieren hacer desaparecer. Aniquilarte. Y no metafóricamente hablando, no. De hecho. Como pasó con el primer gobierno de Perón. El odio generado y alimentado es un arma poderosa en manos de gente sin escrúpulos, que bombardea, fusila, proscribe -durante 18 años- sin ningún prurito, ninguna "culpa republicana". El "tirano" nunca fusiló a ningún sublevado, los "libertadores" sí, a camaradas militares y a civiles.
Y más cerca en el tiempo, pero sin solución de continuidad con aquello, ese mismo odio calculado y racional alimentó a una de las dictaduras más sanguinarias del siglo XX. Es que la furia manifiesta es directamente proporcional a la amenaza sentida o imaginada. Una conducta atávica de los poderosos.
Nunca -en la memoria de un tipo cercano a los setenta años, como es mi caso- tuvimos una democracia que no fuera vigilada, amenazada o directamente interrumpida por los poderes fácticos. Muchas veces por acciones que hoy nos parecen minúsculas.
Recuerdo todo esto porque debemos saber (o no olvidar) a que tipo de adversario nos enfrentamos. Uno dispuesto a matar y a proscribir en nombre de la democracia, de la república, mientras oculta detrás del telón las verdaderas razones de su venganza.
Y si alguien piensa que son cosas del pasado, que no se volverán a repetir porque el mundo a cambiado y nuestro país también, le diría que es mejor que saque la cabeza de la tierra y mire un poco alrededor.
Defendamos la democracia, pero una democracia en serio en la cual cada cuatro años elegimos al que nos gobierna y no a alguien que al fin y al cabo será un títere de otros intereses que -ocultos o visibles- presionan todos los días subiendo o bajando el pulgar desde sus lugares de poder.
Tengamos presente, por poner solo unos ejemplos, las recientes palabras de Etchevehere en la Rural o las consignas que los cacerolos bajan en las calles o las redes sociales. O la verborragia de Carrió que inevitablemente me recuerdan el exabrupto del socialista (?) Américo Ghioldi luego del fusilamiento del general Valle en 1956: "se acabó la leche de la clemencia", dijo, como si alguna vez la hubiesen tenido.
Que el martillo se utilice para bien clavar en el pasado este tipo de actitudes. Esa es la tarea de estos tiempos. Estoy seguro que hoy Cristina, como ayer Néstor, entendieron bien claro el mensaje que viene desde lo profundo de nuestra historia, incluido el contenido en las derrotas y en los triunfos electorales.
Ayer, 14 de agosto, Cristina les dijo desde Tecnópolis, que es con ellos que le interesa sentarse a conversar y no con sus transitorios empleados. Seguramente no fue lo esperaban escuchar en este momento. Quieren a Cristina y al kirchnerismo, quebrado, en desbandada. Entonces hablarán de ilegitimidad, de pérdida de gobernabilidad, incluso de caos.
Que se "olviden" que hace solo dos años Cristina fue electa para gobernar por cuatro años por una mayoría absoluta de los ciudadanos, es lo esperable en ellos porque ese es el plan, pero no lo es en los que dicen acompañar el proyecto. Unos porque están demasiado ansiosos en acabar con la pesadilla y otros porque no admiten perder ni a la bolita.
Es de desear, por el bien de todos, que acepten la invitación, aunque no le guste (a cualesquiera) muchas de las cosas que van a escuchar. Eso, al fin y al cabo, es parte de la democracia y del tan cacareado consenso.
bastadeodio
La verdad, un tremendo post Profe.
ResponderEliminarcoincido con mi tocayo, excelente Profe, abrazo
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