Lo bueno y lo malo, lo positivo y lo negativo, la argamasa de la vida. De las personas y de los pueblos, la sustancia de su aprendizaje continuo.
Una contabilidad sustantiva que convoca a repetir ciertas experiencias y evitar otras.
Ocurre -con su correspondiente carga de alegría o de pesar- tanto en nuestra experiencia individual como en un nivel colectivo aunque sea éste más difícil de percibir por su inevitable carga de controversia y pasiones.
Sin embargo, y a pesar de las dificultades prácticas (y epistémicas) para afirmarlo, los pueblos despliegan una suerte de memoria que convierte a ciertos momentos de su historia en positivos y deseables y a otros en negativos.
Por supuesto que la memoria popular, si se me permite la licencia, no es simplemente la sumatoria de las experiencias individuales. Muchas fuerzas encontradas operan para amasar a la una y la otra. Pero así como el mortero del albañil admite proporciones variables pero no todas las mezclas imaginables son útiles para unir las partes, no todas las manipulaciones logran calar en esa memoria lo suficiente como para sobrevivir al paso de tiempo y sus eventos.
Un ejemplo de ello es la vigencia actual del peronismo y de su contracara definida por su negación sistemática. Sin embargo ni uno ni otro campo son homogéneos. Mirados de cerca presentan incontables relieves lo que hace que en ocasiones se los pueda encontrar contra natura del mismo lado. El gobierno peronista neoliberal de Menem es un caso de argamasa fallida que pretendió unir los intereses y representación política de los trabajadores con el plan económico ultraliberal de Martinez de Hoz. Un intento que habría fracasado mucho antes de no haber mediado el decisivo apoyo de los EEUU y la inyección de dólares de las corporaciones internacionales en forma de una deuda impagable.
A pesar del registro de su negatividad, dista de ser una opción descartada. Las mismas fuerzas del pasado tratan de recrearla bajo el sello neomenemista de la Renovación Masista. No es el único intento que hacen. Como gallina clueca también juegan sus fichas a favor del tradicional antiperonismo a costa de unir los pliegues de su derecha y de su izquierda. Sanz y Carrió junto con Solanas y Tumini. Tienen razón quienes lo califican de engendro frankensteniano.
El objetivo no es otro que transformar un anhelo que es declamado insistentemente como una realidad vigente: El fin del ciclo kirchnerista. Ya intentaron -sin éxito- con el primer peronismo conjurar una amnesia colectiva similar para tener que admitir veinte años después su total fracaso.
¿Es posible ahora?, ¿Están en lo cierto?, ¿El fin del kirchnerismo está cerca?.
Ya que de desmemoria se trata, hagamos un poco de memoria reciente. De la dictadura cívico, eclesiástica, militar, salvo en un puñado de nostálgicos, se puede decir que en las mayorías ha dejado un recuerdo demasiado amargo. Su fin fue festejado ruidosamente en todo el mundo. Memoria, Verdad y Justicia es un clamor firmemente establecido en amplias capas de la población, aún de los jóvenes que no la vivieron. Ni hablar de repetir una experiencia similar aún disfrazándola de golpe
institucional a la paraguaya, esta es una aventura que puede resultar
demasiado riesgosa.
El gobierno de Raúl Alfonsín, a pesar del quiebre final y su renuncia a gobernar -muy grave porque para eso fue electo- deja en la memoria, aunque algo etéreo, un saldo positivo que el gobierno de Cristina Kirchner se ha ocupado generosamente en destacar.
No ocurre lo mismo con los sucesivos gobiernos de Menem y de la Alianza que fracasaron en su intento de unir lo imposible. Se puede afirmar que el gobierno de esta última representó en la práctica y más allá de los encendidos discursos moralizantes, el fin del ciclo menemista al que paradójicamente decía oponerse.
No es difícil ver -en estos dos casos- operando la mano de la desmemoria transformada en arma política por los manipuladores de siempre, esos que, se sabe, tienen la sartén por el mango y no quieren soltarla ni un segundo.
Uno de los muchos intentos de manipulación que se ven por estos días está dirigido hacia el interior del propio kirchnerismo. Afirma que es posible distinguir en la década de su gobierno dos etapas: la de Néstor, de balance positivo (se muerden la lengua, pero lo dicen) y la de Cristina absolutamente negativo. Por supuesto barren bajo la alfombra las diferentes condiciones externas e internas existentes antes y después de la crisis financiera global del 2008.
A Néstor cinco años antes le tocó lidiar con una economía destruida, una industria con el 70% de su capacidad ociosa, una deuda externa pesada como una loza y en default. Néstor, a pesar de la debilidad de origen. gobernó con mano firme, puso en marcha la industria sobre la base de la expansión del mercado interno creando empleo y mejorando la distribución de la riqueza generada por la expansión de la economía, fueron años de crecimiento, rentabilidad empresaria creciente, y, lo que es más importante, de reconstrucción del rol del Estado como regulador de las relaciones económicas y sociales. Queda mucho por decir y detalles muy interesantes de desmenuzar, pero con solo esto puede bastar para considerarlo como sumamente positivo.
Cristina comenzó su mandato estatizando las AFJP y con estos recursos puso en marcha el más ambicioso plan de recomposición del tejido social de la historia con una serie de programas aún vigentes y necesarios, se mantuvo muy firme en los diversos conflictos que debió enfrentar, especialmente con las grandes patronales agropecuarias por las retenciones a las exportaciones y con el grupo Clarín por la democratización de los medios audiovisuales. En ambos casos son disputas estratégicas aún abiertas donde se esperaba que su gobierno terminara cediendo terreno pero eso estuvo lejos de ocurrir.
Recientemente y en medio de la crisis externa iniciada el 2008 pero que se reveló con toda su fuerza a partir del 2010, ganó en el 2011 una elección presidencial en primera vuelta con el 54% de los votos y luego, en medio de una campaña opositora de una virulencia sin precedentes, expropió las acciones de Repsol, nacionalizando YPF y sus recursos energéticos. Negoció exitosamente con la multinacional Repsol el resarcimiento y abrió negociaciones con el Club de París para resolver el tema pendiente de la deuda en default con los países miembro. Encaró con resolución la reconstrucción del sistema ferroviario destruido por Menen. Ambas decisiones, sobre YPF y los trenes, son estratégicas y seguramente sus beneficios serán disfrutados por el gobierno que la suceda más que por el suyo propio.
Las continuidades positivas entre una y otra etapa del gobierno kirchnerista son muchas más que las diferencias, que en su mayoría son de estilo pero no de fondo. El 2015 será el fin -posiblemente transitorio- del gobierno de los Kirchner, pero a pesar de los deseos de muchos -incluidos algunos ex- no será el fin del kirchnerismo, ni aún en el caso hipotético y poco probable de perder las elecciones en segunda vuelta.
bastadeodio
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